No soy psicóloga, ni médico, ni nutricionista, pero a través de la observación he llegado a una conclusión que quizás no sea cierta, pero aquí estoy yo para exponerla y el mundo para rebatirla.
"Los gordos no son felices"
Y no estoy hablando del sobrepeso u obesidad provocados por algún tipo de enfermedad como el hipertiroidismo, sino del exceso de "kilos emocionales".
Dicen que hay gente que cuando se deprime o está triste adelgaza, que no le entra la comida, yo creo que no es cierto, aunque igual a algunas personas les pasa, pero soy de la opinión de que a la mayoría de la gente le pasa lo contrario.
Yo nunca fui una niña gorda, tampoco delgada, era una niña normal. En su peso. Y fui una adolescente normal, una talla normal, un culo normal, un estómago normal, vamos un dechado de normalidades para alucinar.
Siempre me ha gustado comer, y lo hacía. Cuando voy a un restaurante muchas veces tengo problemas para elegir lo que pido porque me gusta todo. Y sin embargo seguía siendo increiblemente normal.
Pero mi peso ha fluctuado mucho en los últimos 10 años. He llevado desde la talla 38 hasta la 44, tengo ropa para cualquier peso. ¿Y por qué cambia tanto? Pues depende mucho de mi estado de ánimo. Cuando estoy estoy triste, deprimida, o ansiosa, me engordo. O mejor dicho, cuando me siento vacía engordo. Da igual la cantidad de cosas que tenga a mi alrededor para sentirme plena. Si me siento vacía engordo. Y no engordo por acción del espíritu santo, engordo porque como mucho, y mal. Como a deshoras, asalto el estante donde guardo los bizcochitos con recubrimiento de chocolate del Mercadona, o me preparo mini-sanwiches de embutido, nocilla, atún o lo primero que pille, uno detrás de otro. O devoro poco a poco a lo largo de la tarde el plato de macarrones que hice de más y que no se comió al mediodía.
Y lo hago sin darme cuenta. Me he llegado a comer 6 bizcochitos de chocolate a las 4 de la madrugada uno detrás de otro y darme cuenta al día siguiente cuando he ido a desayunar. Lo hago de manera inconsciente, mecánicamente, llenando el vacío. Ése vacío que no se puede explicar, pero que es algo parecido a la ansiedad de cuando dejas de fumar.
Cuando me doy cuenta de lo que he hecho, porque la báscula, los pantalones y el espejo me lo dicen, freno, pego
un grito, hago dieta y adelgazo con facilidad.
Sin embargo, cuando el vacío desaparece, no necesito hacer dieta. Los kilos bajan más despacio, pero bajan. En los últimos meses he perdido 12 kilos, y juro que he seguido comiendo bizcochitos de chocolate. Claro, que no tantos ni a deshora, sino uno o dos con el desayuno.
Hoy, y gracias a un post de
katanga, me he dado cuenta de que estoy volviendo a hacerlo, ahora precisamente que me quedaban tan bien los pantalones, jajajaja. En los últimos días he comido donuts de chocolate a deshora, montaditos en el bar a media tarde, cuadraditos de chocolate de la repostería de Galerías Primero, y además, desde que han abierto el puente del tercer milenio, como llego mucho antes al trabajo, siempre cae un café con churros.
Así que nada..., toca buscar las causas (no buscaré mucho porque creo que ya las sé), y poner remedio contra la vaciedad, porque si además pretendo dejar de fumar, la suma de todo me va a convertir en una bolita, cosa que no me gusta nada, porque los gordos, no son felices.