jueves, 29 de septiembre de 2011

Batiburrillo de jueves

Me despierto muy temprano para compartir un café con leche y una tostada, con el cuello agarrotado y una extraña sensación en la boca. La postura y el lugar, no son los más adecuados y eso me hace pasear la mala leche por toda la casa.

He debido enfadarme contigo en mis sueños, porque tengo llagas en el interior de la mejilla y en la lengua. Me las mordisqueo un poco más a modo de castigo.

Lectura de actualizaciones de blogs tumbada en la cama, con mucha pereza pero reconfortada con el café caliente. Hay gente que no logra entender cómo puedo meterme en la cama después de desayunar.

Dice la web de turno, que tenemos 12 grados y que a las tres de la tarde tendremos 30, y yo, envidio a los hombres. Ellos se ponen una camisa de manga larga que protege del frío de la mañana, pero no da excesivo calor cuando el sol aprieta.

Lo tengo decidido. Después de una breve ducha, robo una camisa porque no puedo pedirla y me calzo los vaqueros ajustados. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. No, cuatro botones desabrochados serán suficientes para darle un aire femenino y sexy sin pasarse. Los tacones y el eye liner harán el resto.

¿Qué narices hago a las 9 menos cuarto en la calle? Me falta una hora para entrar a trabajar, pero ya he salido, así que carretera y manta, y a las 9 me planto el el bar del chino Juan a tomarme un cortado (el tercero ya). Al solecito, que hace fresco, y con una revista que el Heraldo ya lo traigo leído de casa.

Me cambia el humor. El sol me recarga y entro en la oficina dispuesta a comerme el mundo. Como en el anuncio: ¡Vamos a venderlo todo!.

A la una menos cuarto ya estoy hasta las narices de todo y de todos. No sé dónde nos va a llevar esta situación. Salgo a fumarme un pitillo, y aunque no entiendo de economía me pongo a pensar en que un día un ricachón se levantó  cachondo y decidió que no era de recibo que el vecino de su prima, albañil de profesión tuviera un coche igualito que el suyo. Debió comentarlo con alguno de su misma especie y decidieron que había que aumentar las diferencias. Que ya no se notaba a simple vista quién mandaba aquí. Y montaron una crisis. Y la desmontarán cuando dejen de estar cachondos o se aburran del tema.

Decido, que en lo que me queda de mañana, dejaré de pensar y me dedicaré a lo mío. Pero nada. Termino de la misma manera y vuelvo a casa cabreada y triste. ¡Y encima tengo menestra!.

No me la como. Preparo una ensalada rápida y me voy al blog. Que si no lo suelto, reviento.

martes, 20 de septiembre de 2011

Charlando con un cabrito

Aquí estoy, un martes cualquiera. Sí, uno de esos días que suelen ser grises. Solía odiar los martes. Los martes se diferencian de los lunes en que ni siquiera tienes ganas de que empiecen. Porque un lunes te sientes con fuerza, descansada después del fin de semana deportivo en que has "disfrutado" de 4 partidos de basket, 3 carreras de motos con sus entrenamientos libres y clasificatorios incluidos, 4 partidos de tenis y un par de combates de lucha libre. Sin embargo los martes, los martes suelen ser sosos por definición.

Y sin embargo, aquí estoy. Un martes cualquiera, charlando con un cabrito. Un cabrito que no quiere pastor.

- ¿Quién es el pastor? - pregunto.
- Begue..., el pastor no existe. Todos lo buscamos. Algunos siempre y otros cuando nos interesa. Porque he de decirte, que la vida de cabrito sin pastor, no es fácil. A veces pastas y a veces no, a veces duermes caliente rodeado por la lana de tu harén de ovejas, y otras duermes en el frío de la soledad. A veces me interesa tener pastor. Me interesa el pastoreo de temporada.

Ahora ya no hablamos. Yo escribo, y el cabrito me mira. A veces. Y sonríe, y el reloj de pared parece el de la puerta del Sol un 31 de diciembre. 

- Yo no quiero pastor, Begue. Quiero ir a trepar por los riscos, aunque no deba..., un martes cualquiera. Y otras ovejas, de esas que creen que siguen a un pastor, (que ya sabes que no existen y que simplemente los buscamos porque así tenemos menos miedo), esas otra ovejas dicen que les han contado que en lo alto de aquella montaña, calienta tanto el sol que se te chamusca la lana. Y tú Begue, cuando eres cabrito sin pastor has notado el olor a quemado. O les cuentan, que un martes cualquiera, descargó una lluvia tan feroz que dicen que la hierba estaba tan fresca que sentías la nieve en la garganta- Y tú Begue, si eres cabrito sin pastor, has sufrido sus gélidos efectos.

- Y además Begue. Si eres cabrito, o carnero u oveja sin pastor, siempre vuelves a empezar. Porque no tienes miedo Begue, miento , sí lo tienes pero pueden más las ganas de descubrir otros paisajes. En los que todo es nuevo. 

- Por eso Begue no me gustan los cuadros en la pared, porque siempre puede haber quizás en el futuro, uno que debiera sustituir al primero. Porque es el que último que te ha gustado. Y sinceramente Begue. Estoy harto de pasar a pedirle prestado el taladro a mi vecino.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Volver a ser un niño...

Creo que estaba nerviosa desde la noche anterior. Ni siquiera me atreví a hacer la maleta y eso que tenía claro el contenido. Nada de tacones, pantalones vaqueros largos y cortos y un par de camisetas de tirantes (que luego siempre son dos o tres pares).

Ocho años es poco tiempo para algunas cosas y mucho tiempo para otras. A una servidora en los últimos ocho años le ha cambiado la vida por completo. Dos churumbeles, una separación, relaciones tormentosas, cambio de vivienda. Para mí, que  todo lo que iba a vivir el fin de semana pasado pertenecía a mi vida anterior.

Por la carretera y mientras conducía (por primera vez hasta ese lugar, que siempre había ido de copiloto), iba recordando mi niñez, iba ilusionándome con los campos, rememorando paseos en bicicleta y contándoles a los niños que aquí iba a su madre a merendar cuando tenía 10 o 12 años.

Por fin, tras algo más de 1 hora, apareció ante mí la imagen que veía verano tras verano, cada vez que salía de casa que por otra parte era a todas horas, y mi corazón dio un pequeño vuelco.


A partir de ese momento, todo fue fácil. Todo seguía igual. Algunos arreglos en la carretera, en la plaza, y alguna cana más en las personas. Pero el mismo Uncastillo de siempre.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El paquete de Smint (o como darse cuenta de lo que no necesitamos para vivir)

Hay una razón, y yo diría una única razón de peso, para salir de casa un día que no te apetece nada, que además estás fastidiada del estómago y que estás tranquila y a gusto en el sofá: Te has quedado sin papel higiénico.

Ya, ya sé que hay gente que nunca se queda sin papel higiénico, ni sin tabaco. Personas previsoras. Yo no soy de ésas personas. De hecho, yo nunca llevo pañuelos de papel en el bolso, dinero en la cartera, ni un neceser pequeñito con máscara de pestañas por si las moscas.

Así que me ha tocado salir. A las 8 de la tarde y con un calor tremendo para estas fechas.

He pensado en ir hasta Mercadona, que aunque me cae un poco más lejos de casa que el Lidl, (cinco minutos más lejos para ser más exactos), tiene más artículos de higiene y así aprovechaba para comprar un par de cepillos de dientes y pasta dental que también me hacían falta.

Pero, cosas del destino, al llegar a la altura del lidel, el semáforo estaba verde para los peatones, así que he cambiado mis planes sobre la marcha.

En la puerta del lidl siempre hay alguien pidiendo limosna o vendiendo La Farola y todo el mundo pasa de largo sin mirar (yo incluida), así que eso es lo que he hecho y he entrado a comprar.

Al final, además del papel he cogido una docena de huevos, un paquete de morenazos, azúcar, dos cepillos de dientes, un tubo de pasta (de dientes), pan de molde y un paquetito de bífidus para beber de marca blanca.

Total de la cuenta: 8,04.

Como he dicho antes, nunca llevo dinero en la cartera, así que he sacado la tarjeta y el carné de identidad, toda confiada, recibiendo por respuesta un "no se puede pagar con tarjeta menos de 10 euros".

¡Horror! Una fila de escándalo, la cuenta a medio hacer, y yo que le digo a la chica que qué hago. Sin perder la paciencia me responde que o dejo la compra o entro a por algo más, y mientras valoro la situación, oigo desde la estantería de la línea de cajas un pack con dos paquetitos de smint que me llaman por mi nombre.

En medio segundo evalúo las ventajas y los inconvenientes. A ver: me ahorro volver a entrar, me doy el capricho de los smint que hace tiempo que no me doy un capricho y antes estaba enganchada a ellos, están muy baratos (dos cajas cuestan lo que antiguamente una), me encuentro mejor del estómago así que no me harán daño, además, con suerte igual alguien por la calle, me coge y me planta un beso. Todo ventajas, cero inconvenientes.

Listo, con el pack de smint, la cuenta sube a 10,98. Pago y me voy.

Cuando salía por la puerta, me ha abordado medio a gritos el chico que vendía La Farola. Negro como el tizón y flaco como un espaguetti, me ha dicho un montón de cosas que no he comprendido en 2 segundos mientras yo abría el primer paquetito de smint. Con toda la amabilidad que he podido, le he indicado que no quería el periódico y entonces, me ha pedido un caramelo.

A veces, mis manos van más rápido que mi mente, así que ni corta ni perezosa, le he plantado en la mano la caja entera, le he dicho "pa ti todo" y me he puesto a abrir la segunda caja.

Mientras la abría, y desde un ángulo no del todo bueno, observaba cómo el chico parecía pelearse con la caja, hasta que he comprendido que no tenía ni pajolera idea de cómo sacar los caramelos de allí dentro. Pero cuando he ido a explicárselo, ya estaban todos por el suelo.

Me he puesto a pensar en el tiempo en el que yo estuve enganchada a estos caramelitos. Parece que no podemos vivir sin algunas cosas, que otros sin embargo no han visto en su vida. Me hubiera dado lo mismo darle la caja a un bebé porque el resultado hubiera sido idéntico.

Como dice J., no hace falta haber estado en Nueva York para tener una idea de cómo es, sin embargo, éste chico no había estado nunca ni cerca de un artilugio parecido.

Me he marchado, eso sí, con mi paquete de smint intacto, rezando porque hubiera quedado alguno dentro de su caja y sin mirar atrás, casi segura de que los estaba recogiendo del suelo.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Aires de grandeza

Una de las actividades preferidas de mi vida, desde que tengo uso de razón, es imaginar situaciones en las que soy la protagonista absoluta de algo grande.

Por ejemplo, cuando era más joven, imaginaba la secuencia completa mediante la cual descubría vacunas para currar enfermedades para las que no había curación, o conseguía revivir a un moribundo tras un paro cardiaco, o daba un concierto multitudinario, o presentaba un programa de éxito. Vamos, que siempre he tenido aires de grandeza.

Es la primera vez que hablo de ello, porque eso de querer ser el niño en el bautizo y el muerto en el entierro, no está muy bien visto.

Con el paso de los años, me está empezando a dar un poco igual lo que piense la gente acerca de mis pretensiones, así que me atrevo a afirmar sin temor al rubor que quiero escribir un libro.

Es posible que mi prosa no sea lo suficientemente atractiva, o que mi vocabulario no sea lo suficientemente extenso. También es posible que no sea lo suficientemente creativa, e incluso que mi redacción sea algo infantil, pero aún así, quiero escribir un libro.

Ahora sólo me faltan dos cosas: el tema y la disciplina. No tengo ninguna de las dos, pero esta vez no quiero imaginar. Quiero ponerme manos a la obra.

¿Esperaré a las musas o me pillarán trabajando? Probablemente lo primero, pero que lo hago, no sé cuándo, pero lo hago, eso lo tengo más que claro.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Al otro lado

La mujer que hay al otro lado del espejo, ya no sabe quién es.

A veces cree que ha perdido su identidad. Otras, sin embargo, piensa que la está encontrando justo en este momento.

La mujer que hay al otro lado del espejo, ya no es rubia ni morena.
No es joven pero tampoco vieja.
No está gorda ni delgada.

Adora escribirse a sí misma y ha dejado de escribir para los demás.

La mujer que hay al otro lado del espejo, no se conoce a sí misma.
A veces se aburre soberanamente.
Otras, las menos, desearía que el tiempo dejara de correr.

La mujer que hay al otro lado del espejo, está confundida.
De éso, no tiene duda.