martes, 19 de mayo de 2009

TECNOCASA Y SUS SECUACES (Oficina Avda. Madrid, Zaragoza)

Estoy buscando piso. Creí haberlo encontrado hace no mucho. Era un piso de 67 m2, con tres habitaciones compensadas, salón, cocina y baño. Pequeñito, pero sin pasillo, con muchísima luz y con ascensor.

Era para hacerlo entero nuevo. Cambiar cocina y baño, poner calefacción, cambiar instalación eléctrica, suelos, puertas y ventanas. A mi gusto. Me iba a quedar muy coqueto.

Me lo enseñaron los chicos de Tecnocasa. La comercial en concreto era una chica simpática hasta llegar a poner histérica a la más paciente. Tanta felicidad me agota. Pero bueno, el piso me gustaba, así que lo visité varias veces. Con mis padres, con una amiga, con varios reformistas. Tenía que ver si me cuadraba el precio porque había que meter 6 millones en la reforma.

Cuando me decidí, el piso estaba en 103.000 euros, y llamé un jueves a las 9:30 de la mañana, para decirles que en 100.000 me lo quedaba. Me dijeron que consultarían a los propietarios, y a los 10 minutos me llamaron diciéndome que habían dicho que sí, que esa misma tarde les llevara una señal de 3.000 euros.

Allá me fui yo, contenta, con mi dinero en la mano, esperando encontrar a los propietarios para firmar un contrato de arras. Pero no estaban. Me dijeron que era el procedimiento habitual. Se supone que no podíamos conocernos para no hacerlo dejándoles a ellos al margen, pero que esa misma tarde irían a su casa para que firmaran el contrato.

También me comentaron, que después de llamar yo, había llamado otro chico pero que no sabían cuánto iba a ofrecer. Mi amiga Espe, que estaba conmigo, les dijo que el piso estaba vendido, que llamaran al otro y se lo dijeran. Así lo hicieron (bueno, hicieron el paripé).

A la mañana siguiente, les llamé yo, para ver cómo había ido la firma y me dijeron que el dueño, un señor mayor de unos 88 años, se había puesto cabezón, había dicho que o 103.000 o nada, y que estaban indignados con él. Pero que le habían dejado el contrato para que lo pensara, y que por la tarde irían otra vez.

Yo ya hacía tiempo que me olía algo, pero aún así fui esa tarde a ver el piso de nuevo con otro reformista.

A última hora, les llamé, y me dijeron que había sido imposible. Pusieron de vuelta y media al propietario, me insistieron en que diera 3000 euros más, confesaron su vergüenza por la situación y pusieron cara de buenos.

Yo no quise dar 3000 euros más, primero porque me va fatal, segundo porque me olía algo, y tercero porque sospechaba que querían que toda la rebaja la hiciera el propietario, pero que ellos no iban a perder ni un céntimo de su comisión, que a la postre ha sido de 10.000 euros en un piso de 103.000. ¡Alucinante!

El disgusto que me llevé yo, después de un mes de presupuestos de reformas, de ilusiones, de no mirar más, fue tremendo. Recogí mis 3.000 euros y me fui.

Casi un mes después, he conseguido hablar con los propietarios.

¡TODO MENTIRA!

Ni siquiera le presentaron mi oferta. Cogieron otra superior, no me avisaron, fueron con ella, y cuando estuvo firmada, me contaron toda esa patraña sobre el mal humor del anciano y lo borde que había sido con ellos. Mientras tanto, se guardaron mi dinero en un cajón, hasta que tuvieran la seguridad de la otra venta.

El hombre está enterado. Muy enfadado con ellos, por mentir y hablar de él como si fuera un ogro y por no ser legales. Pero ya nada se puede hacer. Ellos tienen firmado un contrato y sería una jugarreta para la pareja que al final lo ha comprado, y que no tienen la culpa de nada.

Pero yo no quiero que deje de saberse cómo funcionan. Mintiendo, diciendo barbaridades de una pobre gente que no sabía nada. Se han reído de ellos por ser ancianos. Los propietarios han rebajado el precio en 7000 euros mientras TECNOCASA no ha bajado ni un céntimo su comisión.

A mí me han dejado sin piso.

¡SINVERGÜENZAS!

miércoles, 13 de mayo de 2009

Tanto tienes, tanto vales

Me queda poco, muy poco. En breves, me quedaré sin casa, ya no tengo sofás, ni mesa donde comer. Lo hago en la encimera de la cocina, las judías verdes que mi madre me ha traído, y que me saben a gloria, a pesar de que nunca me han gustado mucho las judías verdes.

También me quedaré sin internet, no sé por cuánto tiempo, aunque en estos momentos es lo que menos me preocupa.

No me quejaré. Yo lo he buscado. Yo he decidido esto. He querido pasar de una vida cómoda a una llena de sobresaltos, pero quizás no pensé lo suficiente en ellos, y ahora no temo por mí, sino por ellos. O sí, es por mí, porque a ellos no les faltará nada.

He decidido que mi máxima prioridad tiene que ser un trabajo antes que un piso. Bueno, ambas cosas son urgentes.

Estoy un poco bloqueada, no sé muy bien por dónde empezar, y además no tengo muchas ganas de empezar. Lo único que me apetece es echarme a dormir, esconder la cabeza y no coger el toro por los cuernos, pero eso no serviría de nada. Hace tiempo que dejé de creer en los milagros y de mirar al cielo buscando una respuesta.

Alguna vez, he escrito algún post acerca de la amistad. De que sólo es cierta cuando hay un intercambio de intereses. Espero equivocarme, porque si no, lo tengo claro.

Sirva este post de despedida temporal, aunque siga escribiendo cosas, porque el día que me toque hacerlo de verdad, no sé si tendré valor.

martes, 12 de mayo de 2009

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lunes, 11 de mayo de 2009

Te regalaré mi tiempo.

Ya hace algunos meses que recibí este relato. Era un regalo, hecho para mí, por una amiga con muchísimo talento. Iba a colgarlo en su día, pero no lo hice. Supongo que las cosas tienen su momento.

Creo que ha sido esta noche, al pisar el andén de la Estación Delicias, tras ocupar más de cuatro horas en viajar de Barcelona a Zaragoza, en un tren, que podría haber sido el escenario de una novela de asesinatos, con un detective tipo Hercules Poirot, o de una historia de amor, de esas que terminan mal, cuando he decidido que era su momento.

Porque a veces, los cuentos se hacen realidad, aunque sea una pequeña parte. Gracias a ella por el regalo, y a él por hacerme olvidar un rato la tristeza, por regalarme parte de su tiempo.

TE REGALARÉ MI TIEMPO

Por favor, que no se siente a mi lado. Eso es lo que pensó Ana cuando vio acercarse por el pasillo del tren a un hombre de una edad indefinida, entre los treinta y los cuarenta, bien vestido y con barba de dos días, que buscaba con la mirada los números de los asientos.
El viaje duraría varias horas y estaba demasiado triste para compartir su espacio con nadie. Maldita la hora en que se le ocurrió hacer quinientos kilómetros para darle una sorpresa a Germán. Apenas llevaban casados un año y hacía semanas que hablaban de culminar su amor con un embarazo. ¿Amor? Ana se imaginó convertida en la protagonista de unos dibujos animados. Un malvado brujo le introducía con fuerza la mano en el pecho y le arrancaba el corazón para después pisotearlo con saña. Sonrió al pensarlo, aunque su sonrisa fuese una mueca de dolor infinito.
Comprobó que el viajero se estaba acomodando en el asiento contiguo al suyo y disimuló su disgusto abriendo el libro que reposaba en su regazo, sin ninguna intención de leer. Quizás su compañero se daría por aludido y desistiría de darle conversación.
- Deberías darle la vuelta
-¿Perdona?
- Tienes el libro al revés
Hace falta ser tonta. No sólo le había hablado sino que había sido ella misma la que le había puesto en bandeja la excusa perfecta para hacerlo. Ahora seguro que tendría que aguantar una disertación sobre el calor que hacía a pesar de estar avanzado el otoño o, lo que era peor, sobre lo desgraciado que era en su matrimonio porque su mujer no le entendía, en un patético intento de ligar con ella. No era la primera vez que algo así le pasaba.
Pero se equivocó, porque el desconocido no dio muestras ni de una cosa ni de la otra. Se limitó a conectar sus auriculares en el lugar del asiento dispuesto para ello y dedicó unos instantes a pulsar repetidamente los botones de las diferentes emisoras, hasta que encontró una de su agrado.
Ana cerró los ojos. Quería dormir, dormir y despertar sintiendo que lo vivido las últimas horas sólo había sido un mal sueño. Le encantaría poder disponer de una goma de borrar gigantesca, penetrar en su cerebro, y frotar con ella el momento en el que Germán le abrió la puerta del hotel dejando vislumbrar tras de sí la silueta de una mujer desnuda en su cama. Ya no te quiero, lo nuestro es sólo costumbre ¿no me dirás que no te habías dado cuenta? Borraría y borraría hasta que sangraran sus dedos, hasta eliminar cualquier rastro, por mínimo que fuera, de todas esas palabras que se habían clavado en ella como dardos envenenados.
No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que desde el asiento de al lado le tendieron un pañuelo.
- No sé quien te habrá dicho que las lágrimas embellecen los ojos, pero no te lo creas. Eso sólo ocurre cuando son de felicidad, y créeme, ellos saben distinguirlas. Cuando son de pena mandan al pintor de ojos que suban dos o tres tonos el color de los párpados, y por eso adquieren ese tono violeta; en cambio, cuando la dicha es la que te hace llorar, ordenan al maestro de brillos que las lágrimas reluzcan como diamantes, concediendo al rostro una pátina de belleza sin igual.
- Hablas como si fueras un poeta
El hombre rió con ganas y Ana deseó con todas sus fuerzas ser capaz de hacer lo mismo.
-¡Qué más quisiera yo! Me dedico a vender tiempo a todo aquel que cree que no lo tiene.
-¿El tiempo se compra?
-¿Cuántas veces has oído decir no tengo tiempo para eso, no me dedicas suficiente tiempo, no me hagas perder el tiempo? Seguramente tú lo habrás dicho más de una vez. Hay gente que no tiene tiempo de dar un beso de buenos días, de ser educado o amable, de disfrutar de una puesta de sol, de deambular sin rumbo por una librería, de comprar unas flores, de compartir una película comiendo palomitas... Hay incluso personas que no disponen de tiempo para vivir ni para amar.
Ana no había conocido nunca a nadie tan peculiar e interiormente se alegró de que el azar lo hubiera sentado junto a ella. Sin saber por qué se encontró contándole lo desgraciada que se sentía por la traición de Germán, pero se sorprendió a sí misma haciéndolo sin llorar, en calma. Mientras las ventanillas del tren iban saludando a árboles y ciudades, ella le fue desgranando poco a poco su vida entera. No sabría decir en qué parte de la conversación las manos de él se habían entrelazado con las suyas.
Él le contó que tenía una guitarra, un gato y una bufanda. Le contó que componía canciones, que daba de beber al sediento, que besaba muy bien. Le contó también que tenía una cicatriz en la rodilla, un par de calcetines de lana y un puzzle sin terminar.
Minutos antes de entrar en la estación, Ana se dio cuenta de que se había enamorado y no supo qué hacer con esa sensación.
- Tengo miedo.
Y lo dijo mientras él le pasaba el dedo índice por la frente, por la nariz, por la boca, por el cuello.
- El único miedo que yo tengo es salir de este vagón y no volver a sentir en toda mi vida lo que siento estando contigo. Te daré un folio en blanco para que escribas tus mañanas. Te besaré por las noches. Te regalaré mi tiempo.

domingo, 10 de mayo de 2009

Mezclando cosas.

Una, dos y tres.

Un buzón de voz.

Dos cervezas.

Tres canciones.

Desde Barna, con amor.