viernes, 29 de junio de 2012

Treinta y ocho


Al día siguiente se levantó con la cabeza completamente embotada, parecía como si todas las personas que la convertían en una mujer "de bien", la familia, los profesores, los jefes para los que había trabajado, se habían metido dentro a martillear contra su cráneo por haber sido mala.

Barajó diferentes posibilidades y concluyó que ninguna le servía como excusa para no ir a trabajar, se habría notado demasiado. Así que se arrastro como pudo hasta el cuarto de baño, dejó que le prepararan un café y se encendió un asqueroso cigarrillo mañanero.

Aunque la ducha fría resultó reparadora, no terminó de despertar hasta que no se montó en el coche, ya con su beydercamiseta enfundada y los ojos como platos para no atropellar a nadie, aunque, pensándolo bien, eso sí que sería una excusa para no ir al trabajo, lugar en el que iba a ser imposible apaciguar a su resacoso estómago (¿valdría esto como hipálage?).

La semana había resultado muy intensa, y el día anterior quizás no le habría dejado tanta huella si no hubiera sido porque venía precedido de otros parecidos, pero había merecido la pena: las libretas asomando de los bolsos, las conversaciones de temas que se confundían los unos con los otros porque había demasiadas cosas de las que hablar, las personas que por fin son como parecen ser, las velas que suman 38, los zapatos que se rompen, los compañeros de huevos rotos que parecen de atrezo, los micrófonos y las sonrisas.

Pero aún faltaba algo, aún no había terminado, y no sabía si tenía fuerzas para seguir. Aún así decidió no cerrar la página de experiencias, se rió de los problemas y bendijo a la cerveza, a la música y a los amigos, para colocarse unas zapatillas cómodas y seguir abusando de los antidepresivos naturales.

¡Grandes 38! Si éstos son así, ¡cómo serán los 40!, pensó mientras miraba con una amplia sonrisa cómo se cerraba de nuevo, sin ella dentro, la puerta de su casa.

martes, 19 de junio de 2012

Con los dedos dormidos


Acostumbraba a escribir desde el fondo del pozo, allí donde la oscuridad es tan profunda, que son los dedos y no los ojos, los que manejan las palabras.

En ese lugar es muy fácil, porque las manos viajan por el teclado confiadas en encontrar las letras, en unir la eme con la a sin que la vista descifre el sentimiento que realmente esconden.

Por la misma razón, jamás repasaba, jamás releía, imposible, por otra parte, ya que aunque el cerebro se acostumbra a la falta de luz, siempre queda la vergüenza, aquella que te impide ver, que no te permite hurgar en la parte más íntima de las miserias, aunque las conozcas bien, aunque sean las tuyas.

Pero la oscuridad es fría y anquilosa los dedos, que, poco a poco, se van haciendo menos ágiles, y van perdiendo su capacidad para la rima, para el adjetivo calificativo, para el sujeto, el verbo y el predicado. Y cuando ya la han perdido del todo, te das cuenta de la felicidad que te proporcionaba la escritura, descubres que el teclado era ese amigo que escucha y jamás te da consejos, porque nunca se los pides. Y entonces lo echas de menos y quieres volver a acercarte a él. Y resulta muy frustrante no saber cómo hacerlo, porque la impaciencia te impide ver que el único camino es perseverar y no perder la esperanza de volver a encontrar ese espacio en el que fluyen los sentimientos y sin embargo, apenas duelen.

lunes, 18 de junio de 2012

¿Canciones o fútbol?

Yo me quedo con Kiko Veneno




Y con Rafa Pons

  

Y con el gran Lichis

  

lunes, 11 de junio de 2012

El Ayuntamiento


El Ayuntamiento de Uncastillo, es muy bonito. Es de estilo renacentista, pero este no es un blog de arte, así que no voy a hablar de su belleza arquitectónica ni de su valor cultural, que es mucho, voy a hablar de que tiene la puerta abierta.

Al lado de la puerta principal, se coloca la imagen de la Virgen de San Cristóbal, a la que cantamos emulando a los mozos en San Fermín antes de que salga el toro de fuego. La puerta está abierta, y cuando entras, hay un precioso patio que tiene lo que yo venía a llamar de cría "suelo de panes", y ahora sé que se llama patio con solería de cantos rodados. Cuando vas con chancletas se te clava en los pies, pero queda muy bonito.

A la derecha hay una puerta desde la que accedes a un pozo. Está tapado con un cristal, pero alguna vez ha habido algún accidente. Frente a la puerta principal, dos arcos. Uno de ellos lleva a unas pequeñas escaleras, que a su vez dan a una puerta que sale a la carretera. El otro, es el inicio de unas majestuosas escaleras de piedra. Anchas y planas, por eso, alguna vez que otra, ha podido subir la vaca en las fiestas.

Si las subes llegas al primer piso. En esta planta hay unos grandes ventanales desde los que se puede divisar la plaza de la villa. Allí jugaba yo mucho de chiquitita, cuando me pasaba todo el verano en el pueblo, con mi abuela, de junio a septiembre, e íbamos al club, o al casino, o a jugar a polis y cacos a la Plaza del Mercado, o a merendar a la Fuente Nueva, o a la piscina, o al río a bañarnos antes de que hicieran la piscina y también, de vez en cuando, entrábamos al ayuntamiento. A la casa de la villa. A la casa del pueblo. Sin cita previa y sin pasar por un detector de metales.

Tengo la suerte de tener dos niños muy curiosos, y la peque, con 6 añitos, me ha pedido ir a ver el edificio ese que está en la plaza del pilar, que es donde se habla de las actividades de Zaragoza (así lo ha expresado ella, y yo no voy a cambiar ni una coma). Al intentar entrar a un bonito patio del ayuntamiento de ésta mi ciudad, una simpática - todo hay que decirlo - policía local, nos lo ha impedido argumentando que el Ayuntamiento de Zaragoza, no se puede visitar. Bueno, sí se puede, pero poco menos que hay que echar una instancia y encomendarte a San Valero y al Ángel Custodio que son los que franquean su puerta. Vamos, que o es el 29 de Enero que es el día de puertas abiertas, o eres un niño y vas en visita guiada con el cole, si es que en tu cole la programan. Y si no, pues ajo y agua, que es que este alcalde es un poco particular, nos dice ella con un susurro. - No importa, dice mi hijo mayor. - Sí, sí que importa, decimos ella y yo al unísono.

Así que nos hemos quedado con las ganas, y mientras llega el próximo 29 de Enero, siempre podemos acercarnos este verano a Uncastillo y entrar en la casa del pueblo, para poder explicarles dónde se toman las decisiones y quién ha puesto allí a esos señores que a veces se creen los dueños del mundo.

sábado, 9 de junio de 2012

Nota de cata

Llevo dos años bebiendo la misma marca de vino. Es un vino tinto, gran reserva, que a mí los vinos jóvenes me dicen muy poco. Los vinos jóvenes están bien para un menú del día, para una cena de verano o para acompañar a la gaseosa, pero para guardarlos en un lugar privilegiado de la bodega y tomarlos poco a poco, mejor los reservas.

Es un vino duro. Al principio entra muy fácil y te parece fantástico. Parece que combina con todo, da igual un pescado, una carne o una pasta, porque con todo va bien, pero poco a poco se hace un poco más complicado de tomar, porque te vas dando cuenta de que no es que combine con todo, es que tiende a enmascarar los sabores de la comida. Así que cuando llevas un tiempo tomándolo no sabes si es el más adecuado. Sabes que tienes que lidiar con él, ponerle comidas fuertes para que no sobresalga por encima de todo y a veces te dan ganas de tomarte algo más suave, algo fácil, sencillo. Al final, aprendes a apreciarlo, porque te das cuenta de que el resto de los caldos te dejan fría.

Tiene varios premios. Muchos nacionales, y alguno que otro internacional. Una, que no es tonta, sabe que el secreto de los premios es saber venderlo bien, y este vino se vende solo. Viene presentado en una bonita botella y para entenderlo hay que ser un poco raro, así que no es extraño que haya conseguido puntos y premios en las diferentes guías, pero al final, los premios no importan. Lo único que cuenta de un vino es si te gusta o no te gusta. Si eres capaz de tolerar cierta arrogancia. Si no se te sube a la cabeza con facilidad.

Podría probar con otras marcas, con otras denominaciones de origen, pero este vino me gusta. Y al final, me doy cuenta, de que yo también le daría algún premio. Pero nunca la medalla de oro, no vaya a ser que se haga muy popular y haya que luchar por encontrarlo en la estantería del supermercado.