jueves, 4 de julio de 2013

Noche de autos




La noche del crimen vestía pantalón, camiseta y zapatos blancos. Era alto, delgado y poseía una sonrisa encantadora que le otorgaba un aire de buena persona; franca, sencilla, agradable y alguien en quien poder confiar. De hecho si se hubiera realizado una investigación exhaustiva, sus vecinos habrían declarado sin dudarlo que siempre saludaba en el ascensor.

Aquella noche, él se acercó a su víctima sigilosamente, ganándose su confianza poco a poco. Utilizando toda clase de artimañas de encantador de serpientes y bromeando con la posibilidad de no ser quien parecía ser. Ella, segura de si misma, nunca pudo imaginar que le atestaría 7 puñaladas en el corazón.

La gran mancha de sangre que quedó en el suelo se absorbió tan rápidamente y penetró de una manera tan salvaje en el asfalto, que ni las brigadas de limpieza pudieron hacer que desapareciera totalmente. Por eso, aunque han pasado los años, permanece inalterable la prueba irrefutable de que aquel 4 de julio, a las 10 de la mañana y sin apenas darse cuenta, ella, murió de amor.