lunes, 2 de enero de 2017

Girando en diferentes órbitas

La puerta se cerró de golpe por la fuerza del viento. Rebeca no lo sabía, pero esa mañana había olvidado cerrar la ventana que daba al parque de los naranjos, otra vez.

El sonido despertó a Ramón, que dormía plácidamente, todo lo plácidamente que se puede dormir un viernes por la mañana después de una dura jornada de noche en un trabajo que aunque no le gustaba especialmente, le proporcionaba lo básico para comer, vestir y salir un poco de fiesta.

Ramón abrió los ojos y emitió un gruñido. Se sentía enfadado al pensar que ella tenía tan poca consideración. Todas las mañanas la maldita puerta, todas las mañanas el maldito ruido. Después de eso, no conseguía volver a dormir ya que su mente entraba en una espiral de reproches sin fin contra ella.

Ella, Rebeca, ignorante a todo lo que pasaba por la cabeza de Ramón, desayunaba con sus compañeros en la cafetería de la esquina y le hacía ojitos a Luis, el camarero. Luis era alto, guapo y delgado, tenía 3 años menos que ella y una sonrisa que iluminaba cada lugar por el que pasaba. Parecía feliz en su oficio de camarero y vacilaba con todas las clientas sin importar su edad, constitución, belleza o profesión. Era un artista de la seducción.

Sin embargo, Rebeca, a pesar de que lo sabía, se había hecho la ilusión de que los guiños de Luis eran diferentes cuando de ella se trataba. Esperaba con ansiedad todos los días, la hora del café en el bar de la esquina, cuando bajaba con los compañeros a disfrutar del merecido descanso a mitad de la jornada. Ninguno de sus compañeros, o eso creía ella, se daba cuenta de lo que Luis provocaba en su cuerpo y en su mente. Si no fuera por esa media hora al día, no sabía si podría soportar el resto de la jornada. Era su luz, su ilusión, sus ganas de vivir.

Ramón cerró la ventana que daba al parque de los naranjos y decidió perdonar el olvido de Rebeca. Se conectó a internet y buscó en google actividades para hacer juntos ese fin de semana: masajes, spa, una escapada romántica, una cena. Lo que fuera se lo propondría al llegar a casa. Ultimamente se habían distanciado un poco y aunque se querían mucho no hacían muchas cosas juntos. Supuso que una propuesta de ese tipo, haría que de repente, todo volviera a ser como antes.

Mientras tanto, Rebeca deseaba que ese fin de semana cayera una tormenta tremenda, para no tener que salir de casa, para refugiarse en sus lecturas de sábado y domingo y esperar a que llegara el lunes,  y que fueran de nuevo las 11 de la mañana y que Luis le volviera a regalar de nuevo una sonrisa.

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