Bajé al pozo para ver qué tal se estaba allí, para admirar la mierda en todas sus variantes, y durante un tiempo me quedé allí.
No bajé sola, hay muchos que vinieron conmigo y otros, aparecieron de la nada, como por arte de magia para darme la mano.
Aquella que escuchó hasta la saciedad, hasta el hastío, hasta la desesperación, palabras que empezaban con J y que sigue escuchando palabras que empiezan con J, pero con otra J.
Aquel que no quería oírme hablar pero que siempre estaba dispuesto a unas risas cósmicas.
El que en la distancia intentó hacer lo que pudo sin concretar nada.
Mis ojos, mis manos, mi cabeza, la razón de buena parte de lo que soy. Ellos, y la suerte que tengo con ellos.
Quien tiene una hermana tiene un tesoro.
La que dijo: no sé qué poner, pues pongo mi terraza.
Aquellas que aparecieron en una playa de Valencia y me hicieron reír de verdad.
La que compró bocadillos.
El que me prestó la taza de desayuno.
El profesor de inglés, que sin saberlo hizo muchísimo.
Y el que me escucha x veces a la semana, al mes, al año, por un módico precio y me ha convertido en cubana. ¿O lo he hecho yo?
Mucho tiempo después, he descubierto de qué va esto de la vida, y va de reírse, de soñar despierto, de cantar, de bailar, de tomarse una caña con las amigas y de quitarle hierro a las cosas, incluso a aquellas que no nos gustan. De arriesgarse aún sabiendo que las cosas no terminaran bien, pero mereció la pena el camino.
En el pozo se está bien un ratito, pero solo por una razón: porque cuando subes un poco, deja de oler a mierda, dejas de escuchar esa alarma tan molesta, te desabrochas el sujetador, respiras y sientes la libertad.
La clave está en hacer lo que queremos, cuando queremos y como queremos aunque a otros no les guste. Todo lo demás, es mentira.
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