Niebla. Son las 11:30 de la mañana y conduzco atenta al coche que llevo delante. En un segundo de tranquilidad que me proporciona la luz roja de un semáforo, llevo mi mano al hueco de la puerta (nunca he sabido cómo se llama), en el que almaceno algunos CD's viejos. Cojo uno al azar, sin mirar siquiera, ya que en ese momento la luz verde me obliga a meter primera y a pisar el acelerador. Lo enchufo al reproductor de forma automática entre la segunda y tercera velocidad y de pronto comienzan a sonar unos acordes conocidos.
La piel se me eriza con las primeras notas de Eva tomando el sol, y un mar de sensaciones me recorre al revivir tantos recuerdos y tan diferentes en una sola canción. Es un CD viejo, de esos que se compraban cuando ya no podías poner cintas de casete en el coche porque los aparatos de los coches ya no los reproducían. Ya no compro CD's, para grabar. Éste, lo tenía en cinta y está escrito en él: "Joaquín Sabina - El hombre del traje gris", con un rotulador especial indeleble con la letra de una persona que estuvo muchos años presente en mi vida. Un día, cogió todas mis cintas viejas de Sabina y las sustituyó por esos CD's grabados que aún conservo. No los pasó de la cinta al CD, los grabó directamente de los vinilos de una amiga. Mientras escucho la canción, noto como el polvo el la aguja del disco se escucha también y me acuerdo de ella. Nos vemos demasiado poco ahora, y le debo un café y muchas disculpas.
Vuelvo a la canción y vuelvo a mis inicios con Sabina, y recuerdo a aquella amiga, que no estará este sábado en la reunión porque no he podido contactar con ella. Éramos inseparables, estudiábamos juntas, aprendimos a amar la música de Sabina juntas y ahora no podemos ni localizarnos. Sonrío, con el recuerdo de los años adolescentes, esos que no sabemos valorar cuando los tenemos y añoramos cuando ha pasado el tiempo.
Sabina sigue cantando, y recuerdo también las veces que he escuchado esos acordes junto a otra voz, en mil conciertos pequeñitos de la banda del flaco. Vienen a mí las imágenes de la primera vez, el ridículo que hice cuando les dije: "no os muráis nunca" y añoro aquellos días en los que montamos "Una copa con..." entre risas, cervezas y canciones cantadas de madrugada.
Y de nuevo el escalofrío recordando momentos únicos e irrepetibles cuando todo era nuevo y la ilusión, la incertidumbre y la novedad, no lograron tener banda sonora porque el CD todavía no estaba desembalado. Ahora queda el miedo a perder nada en concreto, que es lo mismo que perderlo todo.
Es Eva tomando el sol hoy, un día de niebla cerrada a las 11:30 de la mañana, pero podría ser cualquier otra canción, porque la música tiene el poder de transportarnos a otros lugares, de hacernos recordar más que cualquier otra cosa, de animarnos cuando estamos mal, de alegrarnos una noche aburrida.
Es Eva tomando el sol. Es la música.
Si no fuera por la música...
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