Esta semana se ha celebrado en el cole de David la semana cultural. Y para rematarla, hoy dos chicos procedentes de no recuerdo qué página web se han puesto a dar globos a los niños a la puerta del patio de infantil.
Y no es que yo tenga nada contra los globos, ni contra los niños, ni contra las puertas, pero el caos que se ha montado con los globitos ha sido espectacular.
La acera que sigue al patio de infantil, tiene como mucho 1 metro de ancho, y allí, se ha juntado una maraña de padres y niños para recoger el globito. El problema, no es que fueran los niños a por él, que seguramente habría sido todo más ordenado, sino que los padres tienen que acompañarles hasta la mismísima mano del chico que los reparte, no vaya a ser que el niño se pierda en un metro cuadrado de terreno.
Yo le he dicho a David, acércate y pide uno, y de repente el niño ha desaparecido entre una nube de adultos histéricos pidiendo globos a diestro y siniestro. Me he vengado. Para ir a buscar al niño, y sacarlo de aquel infierno, he embestido con el carro (Lucía incluida sentada en él), contra todos los adultos que he encontrado en mi camino. He rescatado a David con dos globitos, y nos hemos ido al parque.
En el parque, han desaparecido los columpios, los toboganes y los balancines. La imagen era la de 7 u 8 niños con un globito rosa atado a la muñeca, mirando al cielo, contemplando todos los globos que se escapaban. Si es que no hace falta mucho para que los niños inventen un juego. Cada vez que veían uno, gritaban: águila, águila. Y así se han estado más de media hora. Contemplando el cielo, como si no hubiera nada más importante en el mundo.
No he podido evitar entonces acordarme de La Habana. De los cubanos solitarios mirando al mar, sentados en el muro del interminable malecón. Sin nada más que hacer, como si esperaran algún acontecimiento importante, o que el mar, les diera una respuesta para sus preguntas.
Al final, seguro que los adultos, no somos más que niños con prejuicios, y multitud de veces tenemos los mismos comportamientos, las mismas rabietas aunque expresadas con más pudor, las mismas risas nerviosas cuando nos dicen algo sorprendente, las mismas miradas al vacío como si intentáramos entender algo.
Pero este tema, el de los niños grandes, sería para hablar largo y tendido, y sinceramente, no sé si estoy preparada para ello.
2 comentarios:
Una cosa que me impresiono mucho en La Habana es precisamente eso que dices: los cubanos mirando al mar, como esperando siempre una buena noticia, un cambio, una revolucion... algo nuevo.
Los adultos somos como niños, es verdad...y claro que es para hablar largo y tendido
Besos
Algunos no hemos madurado lo suficiente aún... y realmente creo que no lo haremos jamás.
Pero... y lo bien que lo pasamos?
Beso.
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