Hay días que me levanto con predisposición al cabreo, y no sé muy bien por qué. Quizás la culpa la tuvo el día de ayer..., nada que me enfadara especialmente, pero muchos pequeños fastidios.
Digamos por ejemplo que casi me la pego con el coche. Dos, dos veces miré por el retrovisor antes de cambiarme de carril en una avenida totalmente desierta. ¿De dónde salió entonces ese motorista? ¡Cayó del cielo!
Puede que también tenga que ver que cuando fuimos a montarnos en el coche, ya de noche, la llanta casi tocaba el suelo, y la aguja del combustible estaba bien bien metida en la reserva. Además, no tenía tabaco, y tenía que conducir un buen rato para encontrar un bar dónde comprar que estuviese abierto a esas horas.
Es posible que me afectara algo que se me rompiera la tira de la sandalia, justo el día que más iba a caminar, y eso me provocara dolor de pies, o que sea imposible ver absolutamente nada en la Expo si no tienes Fast Past.
El caso es que hoy me he levantado con predisposición al cabreo, o como diría mi compi la Noe: ¡El cuerpo me pide policía!
El caso es que necesitaba cabrearme y nada mejor que hacer algo que sabes que te va a salir mal. Puede ser hacer una comida que sabes que los niños no se van a comer, pero es cruel y ellos no tienen la culpa. También puedes ir a comprarte aquel bolso maravilloso que sabes que está agotado, pero por si acaso vas (por supuesto está agotado). Simplemente puedes llamar a alguien que sabes de antemano que no va a cogerte el teléfono, o puedes intentar que la perra saque la ropa de la lavadora sin tirarla al suelo. Todo vale.
Cuando ya he conseguido enfadarme, se me pasa automáticamente. Claro que influyen los elementos externos chorras, tipo una medalla de oro en ciclismo para España, o que el manómetro por fin marque 2,1 en la gasolinera, y entonces llegan los arrepentimientos.
Los arrepentimientos sirven de poco. Me hacen recordar las evaluaciones del grupo en las que se hablaba de la mala leche que tenía Ana. ¡Pero si se me pasa muy pronto! Ya, chica pero mientras se te pasa lo sufre todo el mundo.
Y ya estoy aquí yo otra vez hablando de mis defectos. Y mira que ya nos lo advirtió aquel psicólogo que nos dió el cursillo para superar una entrevista de trabajo. Nunca hables de tus defectos, que ya los encontrarán, ensalza tus virtudes. Una buena técnica, decir que tu defecto es una de tus virtudes. Y me veías a mí en las entrevistas...
Entrevistador: ¿Cuál es tu mayor virtud?
Ana: La sinceridad. Lo digo todo, lo bueno y lo malo.
Entrevistador: ¿Y tu mayor defecto?
Ana: Quizás también la sinceridad, porque a veces la sinceridad no es buena en todas las situaciones.
Un entrevistador me pilló. Lo tienes bien aprendido, me dijo. Pero me contrató.
Ayyyy, las mentes complicadas. Desde aquí pido paciencia a mis amigos, sin dejar de recordarles, por supuesto, que yo, en algunas ocasiones, también tengo paciencia con ellos (que conste, jejeje).
3 comentarios:
El sano ejercicio de la paciencia. Porque es eso, ejercicio.
Si que hay dias que parece que todo se pone negro, y son chorradas, pero es como si te fuera la vida en ello. Menos mal que todo pasa y que despues tenemos miles de dias en que las cosas salen normales o bien
besos
Que bien van los ataques de mala leche.
Ese golpe en la mesa, ese chillido sin sentido, ese "mecawentó", que te ayudan a respirar profundamente y relajarte.
Y luego, justo un minuto después, preguntarte... "y yo porque estaba cabreado??".
Yo los ejercito de vez en cuando, solo conmigo mismo claro está. :P
Un saco de boxeo va de perlas. XD
Un beso con bofetada suave. Jajaja.
Sí Marisa todo pasa, hasta lo que parece que no va a pasar nunca.
Jooo Alhuerto, pues yo si no me meto con alguien como que no soy feliz, jaja. Primero la bofetada y luego el beso, plís ;)
Publicar un comentario