Debo tener algo contra mí misma que no consigo descubrir, porque cada vez que las cosas me van medianamente bien, planto una piedra en el camino para tropezarme y caerme de bruces. No una piedrecita con la que a pesar del traspiés me mantenga todavía en la vertical, sino una de las gordas, que de con mi nariz contra el suelo, me la rompa por cuatro sitios distintos, me salte dos dientes, y me deje en cama para un mes mínimo.
Estoy cabreada. Cabreada porque no sé por qué lo hago. No sé qué narices tengo tan grave contra mí, que no me puedo perdonar. Y hasta que no lo sepa, seguiré poniendome pedruscos en el camino y con la boca ensangrentada.
Es una pena. Amarse, quererse a si mismo, es lo que deberíamos hacer todos, y sin embargo yo, por alguna razón, no termino de conseguirlo.
A veces soy mi peor enemigo. Y quiero dejar de serlo. Y es ésto, y no otra cosa, lo que más me duele de toda la situación.
Será propósito para el nuevo año.
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