Hace calor, pero la playa te refresca. Mis niños juegan en la orilla, se revuelcan por la arena hasta que logran parecer una croqueta, y luego entran una y mil veces en el agua a limpiarse. Hacen agujeros para meterse dentro, que se llenan con las olas y se vacían con la misma facilidad. Corren dentro del agua, saltan las olas, hacen castillos (o algo parecido), se caen, se levantan, se vuelven a caer y otra vez al agua, en fin, no paran. Yo ando por la orilla, jugando con ellos, cuando me piden que vaya a buscar no sé qué juguete, así que me dirijo hacia las toallas (la sombrilla ni la bajo, que no paran quietos). Recojo el juguete y… ¿qué ven mis ojos? Justo detrás de nuestras toallas, hay un matrimonio y un niño de unos 8 o 9 años. Él, lee la prensa, ella, la revista del corazón, y el niño, está entre ellos dos , en bañador, sentado en una silla jugando con la consola.
Yo, que no me bajo a la playa ni el móvil (si acaso me bajo un libro), alucino con la visión, pero pienso, estará cansado, o malito, será que no le apetece jugar…, en fin, seguro que luego se mueven un poco, me vuelvo para la orilla.
Al cabo de media hora, vuelvo a las toallas, a sentarme un ratito mientras los niños juegan con Raul, y no puedo evitar mirar. Allí siguen, en la misma posición, periódico para él, revista para ella, y consola para el nene. ¿Estarán vivos? En fin, no le doy más importancia.
Al cabo de dos o tres días, vuelvo a verlos en la playa, y el panorama no ha cambiado. Esa noche vamos a un hotel. En la terraza, una orquesta toca pachanga, mientras el personal demuestra que se ha empapado las 5 temporadas de “Mira quién baila”. Yo intento tomar una Heineken y Raul hace lo propio con su Moskoskaya con limón, mientras los niños insisten en bailar y corretear por la pista, al son del “Cuando tú vas” de la Chenoa, cuando de repente, se nos aparecen.
Allí están, la pareja con sus copas. Sin hablar, viendo cómo bailan los demás y escuchando la música. Y entre ellos está, cómo no, el nene. Por supuesto, con su consola.
2 comentarios:
¡Qué barbaridad! Como siga así ese niño, cuando sea mayor, más que consola va a necesitar consolador -y perdonen Vds el vandalismo-
Qué bueno que publiques otra vez. Un placer leerte.
Besote, Ana.
¿En serio? Bueno, entonces debieron de pasarlo estupendamente, como tú con los tuyos, ¿no?
La verdad, me parece muy triste. Esa pasividad es lamentable. Y sobre todo, la mala educación que está recibiendo ese niño...
Como siempre te digo, gracias por compartir.
Un besazo.
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