Vivimos en la era de la inmediatez. Cuando nos conectamos a internet, tenemos las noticias de todo el mundo en tiempo real, podemos hablar con un amigo que está lejos en el mismo instante en el que nos lo proponemos y el WhatsApp es un medio maravilloso para la comunicación inmediata.
Si nos aburrimos, podemos ponernos un vídeo gracioso de youtube que nos proporciona placer inmediato (la risa), no tenemos que esperar para ver el siguiente capítulo de esa serie que tanto nos gusta, y así millones de cosas más.
Atrás quedaron los tiempos en los que para comunicarnos con un amigo teníamos que escribir una carta, esperar a que llegara, rezar porque no se perdiera, y finalmente, esperar la contestación si él quería, sin saber si la había leído o no y confiar en que si era nuestro amigo era por algo.
El placer inmediato tiene dos aspectos positivos. El primero, es evidente, y es que es inmediato. Comunicación, entretenimiento, etc. son cosas que podemos lograr al instante sin ni siquiera tener que salir de casa. El segundo beneficio es que lo que te ha costado poco conseguir poco te cuesta perderlo, y me refiero al coste emocional. Si yo me conecto a una web de contactos y al minuto estoy vacilando con un chico, si al día siguiente desaparece, el coste emocional es pequeño ya que la inversión ha sido poca.
Estos dos beneficios, hacen que nos agarremos al placer inmediato de forma casi obsesiva, y que vivamos nuestra vida con cierta ansiedad, siempre en la búsqueda de placer sin esfuerzo. Lo malo de este tipo de placer es que en el fondo es poco satisfactorio.
Sin embargo, el placer diferido es mucho más satisfactorio. Cuando aprendemos a tocar un instrumento por ejemplo, nos cuesta mucho tiempo, cuando aprendemos un idioma, cuando montamos una empresa, cuando conquistamos a alguien a quien conocemos poco a poco o cuando tenemos que salir de casa, pagar una entrada para ir al cine y disfrutar de una película. Lo que hemos conseguido con cierto esfuerzo nos da una sensación de plenitud mucho mayor. Nos llena más.
El problema del placer diferido, es el miedo a perder todo aquello que hemos conseguido. Hemos invertido nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestras ilusiones en aquel trabajo, relación, aprendizaje y una vez conseguido tenemos que seguir invirtiendo para que no desaparezca. Es un trabajo constante y nunca se termina, porque si nos relajamos lo perdemos. Si aprendemos a tocar la guitarra, por ejemplo, pero una vez que sabemos dejamos de practicar, irremediablemente olvidaremos lo aprendido. Lo mismo con el amor, el trabajo o cualquier cosa que nos proporcione un placer verdadero. Así que, nos aferramos al placer efímero e inmediato, que nos cuesta menos esfuerzo y nos hace menos daño y en el camino perdemos algo de nuestra esencia, creatividad y aprendizaje.
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