domingo, 29 de julio de 2007

La llamada

El sonido del teléfono resonaba en su cabeza como una taladradora. Rebeca se revolvía en su cama intentando dormirse de nuevo, pero no lo conseguía, su cabeza no paraba de darle vueltas a los acontecimientos del día anterior, cuando todo su mundo se había venido abajo.

Y ahora sonaba el teléfono.
Mientras se desperezaba, pensaba en si esa podría ser la llamada que la sacara de la más absoluta de las miserias, del pozo oscuro en el que había caído y del que nadie podría rescatarla hasta quién sabe cuándo.
Pero empecemos por el principio. Rebeca conoció a Alberto cuando todavía era demasiado jóven para todo. Él era músico y ella, una joven ingenua de 18 añitos cayó rendida a sus pies. Al principio, todo eran piropos y regalos para ella, pero poco a poco eso cambió. Tuvieron 3 hijos de los que se encargó de criar ella solita, nunca trabajó fuera de casa y siempre fué demasiado cobarde como para separarse de él, incluso cuando comenzó a a decirle zorra, o a darle bofetadas "para que aprendiera".

Sin embargo, hacía un par de meses, después de celebrar la boda de su hija la pequeña y después de la muerte de su madre, a la que estuvo cuidando en su agonía durante mucho tiempo decidió que era la hora de decir "hasta aquí hemos llegado" y comenzó a prepararlo todo.

A pesar de tener casi 60 años encontró un trabajo ayudada por el instituto de la mujer, y entre eso, y lo que había guardado durante estos años para que su marido no se lo gastara en alcohol y putas, podría vivir con dignidad. Buscó un abogado y presentó una demanda de separación. Alberto, enfadado y sorprendido le dió la última paliza antes de que le arrestara la policía, y ella comenzó a vivir sóla y feliz.

Pero ayer..., ayer todas sus esperanzas de vivir lo que le quedara de vida en libertad, se fueron al garete. Alberto salió de la cárcel, cogió el coche, y no pudo esquivar a un borracho que se había metido en dirección contraria por la autopista. Resultado: un borracho muerto y un delincuete (Alberto), herido grave. El equipo médico del Hospital del Sol, no pudo hacer nada. Alberto viviría el resto de sus días como un vegetal, y con el cerebro funcionando como el de un niño de 18 meses.

¿Qué podía hacer ella? No podía dejarlo tirado. Sus padres no vivían ya y solo la tenía a ella. No podía meterlo en una residencia, era demasiado caro, ni dejarlo al cuidado sus hijos, que eran jóvenes y tenían niños pequeños o intención de tenerlos, eso hubiera sido muy injusto para ellos.

Así que había decidido sacrificar su nuevo trabajo y su recién estrenada libertad, para cuidar a Alberto mientras esperaba que se muriera, y rezaba para que lo hiciera antes que ella, porque su vida a partir de ahora consistiría en dar comidas, cambiar pañanes y poco más.

Y ahora, sonaba el teléfono.
¿Y si era esa la llamada que le iba a salvar?
Rebeca fué a contestar. Al otro lado del auricular, alguién hizo una pregunta. Rebeca, con los ojos llenos de lágrimas respondió: lo siento..., se ha equivocado.

3 comentarios:

Francisco García dijo...

La mujer, y su fuerza especial para hacer frente a todo.
Vivir un día a día así, no elegido voluntariamente, es terrible, es una lucha muy dura. Hablo con conocimiento de causa...
Un saludo Labegue.

Anónimo dijo...

Conmovedor...

Besos

poetabululu dijo...

¡Qué fuerte! Leyendo tu relato, reflexiono y me doy cuenta que, en cuestiones literarias, las penas y las tristezas dan mucho más juego que las alegrías... ¿porqué será? Digo yo, que tal vez, la vida está más sembrada de insatisfacciones que de otra cosa. No sé.
En todo caso...¡fuera tristezas! Y bienvenida a mi "casa" virtual, que ya es la tuya.
Un besito, Labegue.