jueves, 14 de enero de 2016

Cosas que me pasan. De ollas, sartenes, otorrinos y cajeras.





No me dejan hablar.

De un día para otro coges un catarro que te deja sin voz, y te tienen dos semanas con la boca cerrada sin preguntarte primero si tú hasta entonces eras habladora o no, si eras tímida y prudente o extrovertida y lanzada a la hora de mover las cuerdas vocales. Para mí, que soy discutidora de nacimiento y opinadora por puro placer, que me dejen sin hablar es cuando menos, molesto, y además, no me funciona así que también es frustrante.

En el poco tiempo que llevamos de 2016, además de un catarro que me ha dejado sin voz y que no quiere curarse del todo, también me han pasado otras cosas; la más significativa es que he cambiado de vitrocerámica. Puede parecer una banalidad, pero cuando pasas de una vitro normal a una de inducción tienes que adaptarte. Bueno, alguien de tu casa debe adaptarse (no tienes que ser tú necesariamente) y también tienes que adaptar las cacerolas, ya que, ¡oh, sorpresa!, la batería de cocina que te dieron en la CAI en el 98 por meter las perrillas de tus primeros empleos no funciona en la inducción. Así que después de ver lo que sirve y lo que no de lo que tienes en casa, determinas (o alguien determina por ti) que te hacen falta una cacerola mediana y una sartén mediana también.

Todo esto viene a que esta tarde he ido al otorrinolaringólogo a ver si me decía que narices hacer con mi voz, y después de decirme que está todo muy inflamado y que tengo un nódulo que puede desaparecer con tratamiento y si no ya buscaremos tratamiento alternativo y de darme unas pastillas que tengo que quitarme poco a poco como si fueran pequeñas dosis de una droga, me ha levantado la prohibición de hablar, siempre y cuando hable poco, sin forzar y sobre todo sin susurrar.

Así que aprovechando la coyuntura y el viaje al médico, a la vuelta he pasado por una cadena de estas de "Bricolaje y Hogar" a por una olla mediana y una sartén mediana también.

He pasado media hora mirando las ollas mientras ellas me miraban a mí, y luego media hora y mitad mirando las sartenes y lo mismo. No he sentido nada. Pensaba que sería como cuando vas a una tienda de ropa y hay unas botas que te susurran: llévanos contigo. Pero no, la nada absoluta, ni un escalofrío ni nada. Así que tras enviar un montón de mensajes con fotos a mi compadre, que no han sido respondidos en el tiempo que yo estimaba necesario (unos 5 minutos), he elegido una olla mediana y una sartén mediana también, al azar y me he ido a la caja con ellas.

Llego a la caja que afortunadamente estaba libre y le digo a la cajera:

- ¿Si no le vale la olla se puede cambiar? - Como si fueran unos pantalones - Es que es un encargo.
- Sí claro, no hay problema. - Me dice.
- ¿Y la sartén? - Como si por ser sartén fuera como la ropa interior que tiene normas diferentes.
- ¿También es un encargo? - Me pregunta.
Al final confieso. - Mira, son para mí, pero yo no tengo ni idea de lo que necesito, sólo sé que necesito algo mediano y mi chico no me contesta a los mensajes. Me muero de vergüenza al admitirlo.

Tengo 41 años, debería ser capaz de comprar una triste olla mediana y una sartén mediana también sin necesidad de preguntar, así que bajo mi mirada hacia el suelo y susurro (mira que no me permiten susurrar), un "sí, sí, si tengo que devolver las dos cosas devolveré la botella de vino de regalo también", y me encamino hacia el coche para desaparecer rápidamente y que no me vuelvan a ver por allí durante un tiempo.

Y así comienza mi 2016: escribiendo, con unas pastillas para las cuerdas vocales que tengo que empezar a tomar y empezar a dejar casi a la vez, mucho aburrimiento y una olla mediana y una sartén mediana también.

¡Feliz Año Nuevo!

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