lunes, 30 de diciembre de 2013

2013


Apenas tengo recuerdos de este último año. La cotidianidad se ha instalado en mi vida profundamente y los recuerdos se diluyen entre jornadas de trabajo, películas a horas decentes, los paños excesivamente mojados y las agendas llenas de tareas difíciles de evitar.

Corto, muy corto, es el único calificativo que tengo claro.

También he aprendido cosas: que los tiempos verbales ya no se llaman como se llamaban, que me cuesta muchísimo decir que no, que los reconocimientos sólo alivian en el momento, que la convivencia es mucho más difícil conforme más experiencia tienes en ella, que mi mente necesita emoción y si no la tiene se la inventa y que uno no cambia si no quiere cambiar.

Me sorprendo mirando las edades de las esquelas, últimamente es un ejercicio demasiado habitual, pero encaro el 2014 con muchos propósitos. Quizás demasiados.

En ocasiones, el miedo a morir me ha impedido vivir, las expectativas me han dejado fría cuando se convirtieron en realidad, he experimentado el fracaso y la falta de disciplina y he llorado demasiadas veces.

Otras veces, he cantado a escondidas y también delante de muchísima gente,  he compartido cafés con gente que no veía hacía 25 años, me he emocionado cuando no tocaba y me he reído como si fuera mi último día en la tierra.

Luces y sombras, medios tonos, ni sí ni no, contención..., mi 2013 ha sido un año normal.

Estoy deseando que empiece 2014.

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