Llevo dos años bebiendo la misma marca de vino. Es un vino tinto, gran reserva, que a mí los vinos jóvenes me dicen muy poco. Los vinos jóvenes están bien para un menú del día, para una cena de verano o para acompañar a la gaseosa, pero para guardarlos en un lugar privilegiado de la bodega y tomarlos poco a poco, mejor los reservas.
Es un vino duro. Al principio entra muy fácil y te parece fantástico. Parece que combina con todo, da igual un pescado, una carne o una pasta, porque con todo va bien, pero poco a poco se hace un poco más complicado de tomar, porque te vas dando cuenta de que no es que combine con todo, es que tiende a enmascarar los sabores de la comida. Así que cuando llevas un tiempo tomándolo no sabes si es el más adecuado. Sabes que tienes que lidiar con él, ponerle comidas fuertes para que no sobresalga por encima de todo y a veces te dan ganas de tomarte algo más suave, algo fácil, sencillo. Al final, aprendes a apreciarlo, porque te das cuenta de que el resto de los caldos te dejan fría.
Tiene varios premios. Muchos nacionales, y alguno que otro internacional. Una, que no es tonta, sabe que el secreto de los premios es saber venderlo bien, y este vino se vende solo. Viene presentado en una bonita botella y para entenderlo hay que ser un poco raro, así que no es extraño que haya conseguido puntos y premios en las diferentes guías, pero al final, los premios no importan. Lo único que cuenta de un vino es si te gusta o no te gusta. Si eres capaz de tolerar cierta arrogancia. Si no se te sube a la cabeza con facilidad.
Podría probar con otras marcas, con otras denominaciones de origen, pero este vino me gusta. Y al final, me doy cuenta, de que yo también le daría algún premio. Pero nunca la medalla de oro, no vaya a ser que se haga muy popular y haya que luchar por encontrarlo en la estantería del supermercado.
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