jueves, 22 de julio de 2010

Come come

Hay dos posibles actitudes frente a una misma sensación y una, alguna vez, quisiera poder elegir una de ellas.

Los amantes del "tú puedes", "conseguirás todo lo que te propongas", el vaso medio lleno y variantes similares, dirán que siempre se puede elegir, sin embargo, no resulta tan fácil en la realidad.

Cuando el vacío en el estómago viene generado por los sentimientos y no por el hambre, la elección no depende de ti, sino de otro factor que no conozco, con lo cual, no puedo manejarlo.

En ocasiones, ese vacío te puede dejar 3 días sin comer. Literalmente, no entra la comida, es como si alguien hubiera cerrado tu estómago con 7 llaves de estas modernas que necesitan una tarjeta para poder sacar una copia.

Otras, sin embargo, el vacío tiene que llenarse, sí o sí, y sólo se consigue comiendo en cantidades que distan mucho de ser saludables.

Y la forma de afrontarlo no responde a ningún patrón concreto. O mejor dicho, un mismo sentimiento no siempre provoca la misma reacción. Por eso es tan difícil de manejar.

Si supiera como hacerlo, estaría flaca..., o gordísima, que sobre gustos no hay nada escrito.

miércoles, 7 de julio de 2010

¿Gafe yo?

Ahora que la gente se ha cansado de llamarme bipolar por mis cambios de humor (ni bipolar es tener cambios de humor, ni yo tengo tantos, por cierto), han empezado a llamarme gafe.

Y todo por un par de tropiezos tontos que he tenido ultimamente.

El 9 de Junio, sentí como se siente el jamón de york (que estamos en crisis y no es para sentirse ibérico) dentro del panecillo, porque mi coche quedó entre dos, con el correspondiente daño para mi integridad física.

El 13 de Junio me caí de un monopatín y di con mi espalda en el suelo sin poner las manos ni nada.

Y el 1 de Julio experimenté la sensación de volar por los aires con un accidente de moto.

Con tanto percance, no es de extrañar que me llamen gafe, pero si lo miramos con otros ojos, puedo pensar que soy una chica con suerte.

Del primero me quedó un leve latigazo cervical que ya casi no me duele y una marca del cinturón de seguridad en el pecho que desapareció en una semana, del segundo un moretón en el codo y un gran sentido del ridículo, y del tercero, siete puntos de sutura en la rodilla derecha, no poder bajar las escaleras con normalidad, y un pequeño dolor en el costado cuando toso.

Vamos, que teniendo en cuenta que podría haberme roto alguna vértebra al caer del monopatín, tener un dolor insoportable en la espalda por el accidente de coche o estar literalemente muerta si me hubiera caído unos metros más lejos de la moto o hubiera tenido una caída menos elegante, pues no me queda otro remedio que pensar que tengo suerte.

Eso sí. Creo que ya he cubierto el cupo de accidentes, como cubrí en su día el de robos. Según las estadísticas, las cosas no pueden hacer más que mejorar.

Que así sea.